martes, 23 de junio de 2020

El frío de los aires acondicionados

          Solo hay una cosa que confine más que la Covid-19: los aires acondicionados. Los aires acondicionados son uno de los pasos más sibilinos que jamás dio el sistema hacia una sociedad más individualista y deshumanizada.
          Lo entiendo, usted vive en Lavapiés y su supervivencia en Julio y Agosto pasa por un aparato de aire acondicionado, ¿pero a qué precio? El de aislarle para siempre de sus vecinos y perderle todo el respeto a sus conciudadanos. Usted pasará más que nunca a preocuparse tan solo de su espacio privado, un oasis del que jamás querrá salir a no ser contando con el aire acondicionado de su coche. El espacio público o compartido dejará de ser cosa suya.
        ¿Acaso desagua su lavadora en la calle? ¿Cómo hemos llegado a consentir que lo hagan los aparatos de aire acondicionado? ¿A qué se debe esa permisividad con esa flagrante privatización del espacio público? Para mí, el fresco, para todos los demás la súbita gota en la nuca, el cachetero helado. Pero jamás sabré el daño que causo, porque el aire acondicionado me condena a no volver a abrir las ventanas, a no poder, o no querer, saber qué ocurre más allá del ruido atronador de la parte de mi aparato que da precisamente a donde están los demás. Para mí, el silencio, para los demás la avioneta de Charles Lindgbergh, la sinfonía turbodiésel. Solo si un esforzado vecino del 1º llama a mi puerta me preocuparé de que su ropa nunca se seca porque una gota malaya taladra su tendedero, y tal vez ponga un tubito y un tarro de garbanzos Cidacos a modo de depósito para recoger las inmundicias de mi bienestar. Pero con ello ahondaré en otro atentado contra el espacio público, el crimen estético, y en ningún caso me plantearé corregir el otro atentado contra el espacio público, el crimen sonoro, porque solo prescindiendo de mi aparato de solaz podría enmendarlo.
          Y en este punto he de volver a hablar de la reclusión, porque el aire acondicionado no solo encierra, voluntariamente, a quien lo posee, sino que encierra contra su voluntad a quien se resiste a poseerlo. Las fachadas trufadas de centrifugadoras suspendidas en el vacío, con su runrún constante y su gotera ninja, hacen del paseo una experiencia parecida a ser invitado a la mesa de Divine en Pink Flamingos. Pero peor aún es la experiencia del patio de vecinos. Aquel que decida resistirse a la molicie y la servidumbre vital del aire acondicionado se verá condenado igualmente al encierro, pues su tradicional método de refrigeración, abrir las ventanas del patio, estará vedado. Ese heroico vecino estará condenado a la fealdad de los aparatos ajenos, a sus gotas rebotando en su alfeizar como un tic-tac infernal y al ruido de motores de una parrilla de Fórmula 1. Cerrar la ventana y asarse, no quedará otra. El aire acondicionado se impone, no por las circunstancias, sino por los circundantes.
          "Aconcicionado", la palabra misma sugiere el horror de esa felicidad pequeñoburguesa, los animales en los zoos viven en jaulas "acondicionadas". Los entornos acondicionados son aquellos desprovistos de su naturaleza real, controlados, medidos, domesticados. "Acondicionado" recuerda sospechosamente a "acolchado". Brrrr, me dan escalofríos de pensarlo.

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