Hace varios años, en razón de la crisis económica, tuvo lugar una serie de recortes en educación en la mayor parte de comunidades autónomas. En la Comunidad de Madrid, donde soy profesor, dichos recortes fueron bastante acusados. Uno de ellos no desató entre las familias la polémica que merecía habida su importancia, probablemente porque aquellas no fueron capaces de entender las consecuencias de dicho recorte hasta que sus hijos las sufrieron en sus carnes. Dicho recorte consistió en la ampliación del plazo de sustitución de los profesores ausentes. Esto trajo consigo que algunas ausencias y bajas de profesores llegaran a tardar en cubrirse hasta 15 días (las previstas tanto como las imprevistas: viajes y actividades extraescolares previamente concertados, jubilaciones, operaciones...). Si tiene usted hijos o hijas en Secundaria y Bachillerato, habrá notado que hay días en que no han tenido la mitad de las clases. Seguramente es socorrido culpar a la proverbial desidia de nosotros, los funcionarios, pero yerra usted el tiro, en este caso piense en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.
Tal vez al amable lector esto le parezca ciencia ficción, pero hubo un tiempo en que las ausencias de los profesores se cubrían al día siguiente y que daba igual el número de días de la ausencia. Importaban los alumnos, que no perdieran clase... pero las clases han ido perdiendo prestigio, y eso es lo que me permite relacionar en este artículo los recortes con la pandemia de Covid-19: el funesto concepto de "tareas sustitutorias".
Una de las pocas cosas positivas de la pandemia que estamos sufriendo ha sido revalorizar las muy denostadas clases magistrales (o en cualquier caso las actividades presenciales, pero muchos alumnos lo que han echado de menos expresamente ha sido las explicaciones de los profesores, el que hubiera una persona experta enseñándoles directamente y resolviendo sus dudas). En gran medida esto ha sido por el precio de la conversión de clases presenciales a tareas no presenciales: la hora de clase requiere bastantes más de tareas (y de hecho una buena hora de clase requiere también muchas otras de preparación).
Algunos profesores (no todos, ni siquiera sé si muchos), hemos grabado vídeos y empleado videoconferencias sin otro ánimo precisamente que reducir la carga de trabajo de los estudiantes durante el confinamiento: o les ayudamos a aprender lo que íbamos a enseñarles o, sin nuestra ayuda explícita, no serán capaces de aprenderlo por sí solos salvo que le dediquen una enorme cantidad de tiempo (y desde luego no compete a las familias de los alumnos sustituir a los profesores). Y si algunos hemos hecho esto es precisamente porque nos parece inconcebible que pueda haber la más mínima equivalencia entre lo que hacemos en el aula y una serie de ejercicios que pongamos a los alumnos (es cierto que esto depende también de la asignatura, en mi caso, enseñando Filosofía, es especialmente inconcebible pretender que el alumno sea el motor único de su aprendizaje y el profesor tan solo el combustible, pues se trata de contenidos completamente nuevos para aquel).
Otros profesores (lo sé porque soy padre y lo he vivido con mis hijos), por el contrario, han decidido denostar su profesión asumiendo ese concepto acuñado por la Consejería que califiqué de funesto más arriba: "tareas sustitutorias". Creo que, para cualquier profesor que ame dar clase, dicha expresión implica algo grotesco: que una lectura, o una hoja de ejercicios, o un vídeo, pueden sustituir la presencia del docente en el aula. Pueden rellenar su hueco, cierto (y esa parece ser la única preocupación de la Consejería), de la misma forma que la plastilina puede rellenar el molde de un pastel pero no por ello será nutritiva. También es cierto que muchas veces los alumnos hacen en clase esas tareas (ven vídeos, hacen ejercicios o leen), pero siempre con la guía del profesor. Con las tareas "sustitutorias" pueden pues no perder clase si una hora de ausencia se cubre así, pero a la siguiente hora lo que estarán perdiendo ya con las tareas es el tiempo. Si las tareas merecen el apelativo de sustitutorias, propongo que al libro de la asignatura se llame también "profesor sustituto".
No, si la suspensión de las clases presenciales nos ha enseñado algo es que un buen profesor no tiene más sustituto que otro profesor, y no habría que conformarse con que la Administración haya decidido que el valor de la profesión docente se cuenta en horas de permanencia, como si el trabajo administrativo y su valor resultante fuese equivalente al de una hora de clase a los alumnos, cuyo valor es en realidad incalculable. Cargar a los alumnos con tareas casi siempre innecesarias (no necesariamente, insisto, solo si se prolonga la ausencia, porque en ese caso no habrá forma humana de revisarlas después con los alumnos, que es lo que de verdad le saca jugo a la parte práctica de todas las asignaturas) no equivale a una clase con un sustituto, es más, no equivale a la solución tradicional para los periodos de guardia (cuando un profesor cubre la ausencia de otro): "aprovechad para hacer los deberes que tengáis para casa o estudiar un examen". Eso sí son tareas sustitutorias, porque se sustituyen a sí mismas, tan solo cambiamos el momento y el lugar de hacerlas. Pero no puede ser, porque el profesor ausente ha de cumplir con ese periodo de clase que no puede dar dejando unas tareas previstas que obligatoriamente habrán de hacer los alumnos, cuando lo realmente provechoso para ellos sería hacer los deberes pendientes o estudiar, y no emplear el tiempo en tareas a menudo creadas ad hoc de forma artificiosa para fingir que la Administración cumple con su cometido.
Las tareas no llegan ni a sucedáneo de una clase, y a aquellos profesores que durante la pandemia se han comportado como si lo fueran (y no me refiero a los que se han visto superados por la situación, o no han sabido o podido hacerlo mejor, sino a los que han fingido que enviar correos electrónicos con las tareas del alumno para las próximas dos semanas era suficiente) no puedo sino acusarlos de colaboracionistas con la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid en su pertinaz intento de denigrar la profesión docente. Ninguna tarea sustituye a un profesor.
P.S. Querría añadir algunos matices acerca del trabajo de los profesores durante el confinamiento. Como docente sé que nuestra labor no ha sido siempre visible, cada familia solo ha tenido acceso a una pequeña parcela de nuestro trabajo (algunos tenemos cerca de 300 alumnos entre los que repartir nuestra atención). A menudo dicho trabajo se ha centrado en alumnos con problemas, por lo que algunos alumnos que no los tenían han podido sentirse desatendidos. Estoy convencido de que en la mayoría de los casos los docentes hemos superado durante el periodo de confinamiento el número de horas de dedicación a nuestro trabajo que aparece en nuestro horario. Pero todo lo anterior no debe llevarnos a renunciar a criticar cuando no ha sido así, y una vez más quiero destacar el papel de la Consejería en este desaguisado por no imponer unos criterios comunes y delegar por completo en la buena disposición de cada profesor. O debería decir mejor en la profesionalidad de cada profesor: en el colegio de mis hijos ha habido una tutora que ha llamado por teléfono a cada alumno para corregir sus controles y que ha resuelto por WhatsApp las dudas de los padres, otra ha enviado tareas por correo electrónico cada quince días y después, algunas veces, las correcciones (¿se supondría que habemos de hacerlas los padres?). Profesionalidad, buena disposición... lo dicho más arriba mejor: respeto por la profesión.