Si
hay algo que me desconcierta ya desde segundo de filosofía, es la
facilidad con que se está dispuesto a creer, incluso en nuestra presuntamente
postmoderna sociedad, en una estructura dialéctica del devenir y de la
realidad. Me llena de estupor por qué se concede ese privilegio al dos, cuando
la tendencia más natural parece que debería llevarnos a oponer como opciones
alternativas monismo y pluralismo, y no monismo y dualismo, pues tan opuesto al
uno es el dos como el tres o el cuatrocientos treinta y seis. Pero parece que
la cuerda de un arquetipo ancestral fuera pulsada en nuestra psique cada vez
que se nos ofrece un esquema dialéctico con que asumir nuestra posición en el
mundo, y así cayéramos rendidos en los brazos de cualquier relato de lucha y
superación de opuestos.
La
dialéctica es hija del logocentrismo defiende Derrida, pues si el pensamiento racional
se centra en la verdad y esta es entendida como aletheia, desvelamiento, es que hay algo que la vela, que la
oculta, por ello todo discurso privilegia algo entendido como originario, el logos, lo Uno, y esto conlleva
necesariamente la presunción de un parásito que de él se deriva, pura
alteridad, lo Otro, y que trata de ocultarlo. Así es como se permite resumir un
no derridiano una de las claves del pensamiento del máximo artífice de la deconstrucción
(no gastronómica). Lo fundamental es que todo "sí", toda afirmación,
todo intento por asumir una identidad, genera un no-yo, y así todo discurso
fundacional genera una ficción dialéctica, conduce irremisiblemente a una
reducción dicotómica del ser a dos realidades siendo una auténtica o superior,
y otra bastarda. Y así, hasta Nietzsche, se estira la historia del pensamiento
occidental, asumiendo la dialéctica como algo consustancial al espíritu o a la
materia, a la Historia, a la Razón.
Yo
diría que si hay algo de razón en estas profundidades metalingüísticas de
Derrida, aparece sobretodo a nivel psicopolítico. Triunfa el dualismo en las
mentes y en las sociedades. Donde no hay un monismo impuesto (una dictadura),
el pluralismo supuesto de la democracia es efímero y tiende a consolidar
bipartidismos más o menos imperfectos. Pablo Iglesias parece haber entendido
esta tendencia, este instinto de la mente humana, ese filtro que las pulsiones
de Eros y Thanatos imponen a nuestra mirada política (si no tomamos
precauciones, y se ve que no las tomamos) generando inevitablemente un
"nosotros" que deseamos y un "ellos" que ansiamos
aniquilar. Es la política de tercio excluso. De este instinto, de esta ficción
dialéctica que se ve que estructura nuestra visión política, la amansa, la
simplifica, la conforma en
todos los sentidos de la palabra, de ella beben los ismos políticos más poderosos
de los últimos siglos: el comunismo y el nacionalismo. Son las teorías
políticas epítome del pensar dialéctico del XIX, hijas de la misma ilusión
reduccionista: solo hay clase dominada y clase dominante (ojo, en la sociedad
en la que escribe Marx esto no es una completa ilusión, sí convertirla en
esquema aplicable a toda sociedad pasada y futura) o solo hay autóctonos y
extranjeros.
Pablo
Iglesias ya no habla de clases, suena viejuno y desde luego no responde a la
realidad (los mejores pensadores marxistas como Erik Olin Wright hablan de una
sociedad en que pervive la explotación pero entre múltiples clases), y el
nacionalismo es el corazón del fascismo (aunque algunos ciegos quieran creer
que los nacionalismos sin Estado no lo son). Pablo Iglesias habla de
"casta". Sencillo, directo, fácil, ya tenemos el "ellos", y
el "nosotros" es sencillamente Podemos o cualquiera que se diga
"no casta" (¿y quién querría decir de sí mismo que lo es?). Es tan
vago y general que es una verdad absoluta, infalsable.
¿Qué es casta? Pablo Iglesias no señala con el dedo, responde con eslóganes (let’s
the show begin). ¿Un diputado
honesto es casta? No se sabe, en el fondo dependerá de si “le ajuntamos” o no,
de nuestra voluntad de incluirle en el “nosotros” o en el “ellos”, porque no
existen los diputados honestos y deshonestos, ni los partidos, toda
responsabilidad personal queda difuminada en un colectivo borroso (no se nos
vaya a colar el pluralismo en el invento y realmente acabemos con el
bipartidismo), solo existe “la casta”, perpetuamente redefinible ad hoc.
Pablo Iglesias ha dicho directamente que
aspira a sustituir al PSOE (se entiende que a lo que el PSOE fue, no a este
PSOE tumefacto), o sea, Pablo Iglesias aspira literalmente al bipartidismo y
por eso su discurso es de una dialéctica tan simple como el "y tú más"
del bipartidismo agonizante, y el PP acoge con alborozo ese juego de
invisibilización de terceros (y cuartos y quintos). “O yo o el caos” consagra al PP como la otra pieza fundamental del binomio del que participe Pablo
Iglesias, y por eso los populares hablan de Podemos más que de sí mismos. No hay corruptos,
no hay partidos, no hay PP, por no haber no hay ni gobierno, solo
"casta", el mal, el otro, el adversario que me define como lo que soy
porque de hecho soy meramente "no casta". Pablo Iglesias solo dice
con lo que va a acabar, no lo que va a crear, y por eso valen fórmulas tan
generales, tan simples. No necesita más para apelar al dualismo atávico del ser
humano que enmascara un monismo totalizador (susurra Derrida) y que impregna
Podemos desde su logo-tipo
mismo, un círculo, la bienredonda pelota de lo Uno parmenídeo, la Verdad. Hay
que ser iluso para creer en una democracia de múltiples partidos o sin partidos
piensa para sus adentros Pablo Iglesias: o eres la escupidera de uno de los dos
grandes o eres el que escupe. El bipartidismo ha muerto, viva el bipartidismo.
No necesitáis conciencia de clase, ni de nación, esas entelequias huelen a
formol, escojamos una nueva: somos los que sí que pueden, y ellos, la casta.
¡Bienaventurado el pensamiento dicotómico, pues él os hará ganar elecciones!
No hay comentarios:
Publicar un comentario