Existen más parecidos de los que todos querríamos entre la Liga BBVA (antes llamada Primera División) y nuestra vida política.
La primera de estas semejanzas es que en ambos casos solo hay dos auténticos candidatos al título y el resto de participantes son meros comparsas que se disputan las sobras, y como mucho pueden aspirar a darle la victoria a los unos más bien que a los otros si en sus enfrentamientos directos hacen un buen partido.
Otra similitud más entre liga de fútbol y política es que el equipo que pierde es incapaz de asumir su derrota, y culpa de ella al resto de equipos de la tabla por haberle vencido, como si no fuera la obligación del Athletic de Bilbao, del Sporting de Gijón, de UPyD o de IU tratar de ganar todos los partidos y lograr el mayor número posible de puntos, sino contribuir o no a la victoria de los dos equipos que aspiran al título.
Por fin, en ambos casos también, los dos principales equipos cuentan con más posibles y mayor poder mediático que el resto, poseyendo un par de medios de prensa a su servicio, lo cual genera un círculo vicioso que perpetúa esa situación privilegiada.
Pero la semejanza más preocupante es la que se refiere no a los propios equipos, sino a sus seguidores, a los motivos por los cuales se apoya a un equipo o a otro, y es especialmente preocupante porque en principio la política debería tener que ver con la razón y el fútbol con el sentimiento, pero no, la adhesión al PP o al PSOE de muchos de sus votantes a menudo parece más bien cuestión de entrañas que de meninges.
No hace falta decirlo: hay de todo. Pero una inquietante masa de votantes de los dos principales partidos son, como los intransigentes del fútbol, ciegos a las faltas que comete su equipo, a los malos modos de sus integrantes, a los errores arbitrales a su favor y a los méritos del rival. Hay una clara confusión entre lo que es bueno para el fútbol, esto es, para España, y lo que es bueno para mi equipo, para mi partido.
De este modo reina en la política un maniqueísmo de una ingenuidad culpable e indignante: los míos son los buenos y los otros son los malos, los míos quieren lo mejor para el país y los otros robar, aprovecharse o enriquecerse, los míos y sus medios afines son sinceros y los del otro ruines y deshonestos. Y a esta forma de leer la realidad sigue un corolario temible: los votantes (seguidores) de mi partido (equipo) son buenas personas, y buscan lo mejor para todos, y los del otro son malvados y persiguen fines espurios. Y esto aunque los votantes de mi partido, como yo, voten a un político corrupto, porque los casos de corrupción de los jugadores de mi equipo, perdón, las sucias entradas de los miembros de mi partido, no son reales, son calumnias debidas a la maledicencia del rival, que él sí que es corrupto.
Parece pues que lo de apoyar al PSOE o al PP y creer en su honestidad es mera cuestión de fe y no de conocimiento, tan solo depende de a qué profetas esté uno dispuesto a seguir y cuál sea el libro sagrado que lea cada uno. Y por ello se está en la obligación de comprar el pack completo: si criticas algunos aspectos, le haces el juego al rival, fuera la disidencia. O eres amigo o enemigo, o estás conmigo o estás contra mí.
Pues bien, si en fútbol resulta grotesca la pretensión de que un equipo encarna el bien frente al mal, que uno es el equipo del gobierno y el otro de la oposición, es más, que uno es el equipo del establishment mientras que el otro es el rebelde adalid de la libertad cuando... ¡ambos equipos son el poder y ninguno! Esto es, si la politización del fútbol es ridícula, la futbolización de la política es lamentable, porque el fútbol es un juego nada más, y la fidelidad a unos colores tienen que ver con un sentimiento nostálgico, con amor a los recuerdos, a lo vivido con tu equipo, en realidad con la fidelidad a uno mismo, al niño que en su día se hizo de ese equipo. Y a ese niño es al que traicionaríamos cambiando y por eso no se puede cambiar de equipo en fútbol, aunque se odie al presidente, al entrenador, a los jugadores y al patrocinador, porque es absurdo racionalizar el deporte y buscar causas ideológicas para ser de uno u otro equipo.
¡Pero con la política debería ser al contrario! Y sin embargo parece que el ser del equipo PSOE o PP es inamovible, una convicción irrenunciable. Da igual lo que hagan unos u otros el apoyo es incondicional, porque siempre existirá la excusa ad hoc de la "buena intención" de los míos y los "intereses particulares" de los otros.
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