martes, 30 de abril de 2013

Desmontando mitos acerca de la Educación Pública

De pruebas de conocimiento y demás escándalos
          Es difícil comprender que el PP de Madrid, desde la Consejería de Educación, no ceje en su empeño de desprestigiar a los profesionales del sistema público de enseñanza que la propia Consejería gestiona, dado que las encuestas del CIS revelan una y otra vez que le está saliendo el tiro por la culata. La más reciente de estas encuestas prueba que precisamente los dos colectivos que más ha atacado el Partido Popular de la Comunidad de Madrid (el de médicos y el de profesores) son aquellos cuya labor más valoran los ciudadanos. Debe ser por aquello de los renglones torcidos con que escribe Dios, el caso es que las campañas de denigración que tratan de convencer a los ciudadanos de Madrid de que los médicos y los profesores del sistema público son mediocres y privilegiados, y que solo miran por lo suyo, no solo no dan frutos, sino que parecen haber tenido el efecto contrario.
          El último intento (fallido, como explicaré a continuación) de desprestigiar a los profesionales de la Educación Pública es especialmente curioso, porque ha consistido en la publicación de los datos de las últimas oposiciones a maestro de la Comunidad de Madrid, y digo que es especialmente curioso porque se trata de intentar desprestigiar a los trabajadores de la Escuela Pública con los resultados de aquellos aspirantes que suspenden, esto es, de aquellos que NO llegan a trabajar en ella porque justamente no han superado las pruebas de acceso. De tener alguien que preocuparse por la formación de los maestros de sus hijos, correspondería a aquellos padres que hayan recurrido a la enseñanza privada (concertada o no), pues es ahí donde acaban dando clase muchos aspirantes que no superan las pruebas de acceso a la enseñanza pública (además de muchos profesores que jamás se presentaron a una oposición pero que nada indica que no pudieran haberla aprobado, también sea dicho). En el fondo hay pues que agradecerle al PP que recuerde que, si la preparación puede medirse de forma más o menos objetiva mediante exámenes, entonces si los profesores de la Escuela Pública no estamos mejor preparados que los de la enseñanza privada no será porque no se nos haya evaluado para acreditarlo, pues hemos sido capaces de demostrar nuestros conocimientos superando una prueba que otros suspendieron. Yo he trabajado en la enseñanza privada, en la privada-concertada y en la pública, y les garantizo que la oposición que me permitió obtener mi plaza de profesor de la Escuela Pública (competía con setecientos aspirantes más por cinco plazas y tuve que sacar un 9, y en anteriores convocatorias me había quedado sin plaza con un 8,1 y con un 7,9) es un proceso de selección más duro que las entrevistas que me hicieron para trabajar en centros privados (donde importaba un pepino si había o no aprobado alguna oposición en mi vida).
          ¿Desprestigio por los resultados de la oposición de maestros? En todo caso de las escuelas de magisterio (u otras facultades universitarias) y sus estudiantes (como se defiende en este indispensable artículo, cuya crítica, que no quiero dejar de mencionar en aras de la objetividad, aparece en este otro), pero no de los profesores de las escuelas y colegios públicos, que son justamente aquellos que sí han demostrado poseer unos conocimientos de los que otros carecían o que fueron incapaces de atestiguar (y visto el famoso examen de conocimientos me temo que no vale recurrir a circunstancias personales, un mal día y demás excusas, porque algunas preguntas son casi de test de inteligencia).
          No obstante son comprensibles la indignación y alarma de la ciudadanía al ver los resultados del examen de conocimientos (yo mismo estoy aterrado), y son un disparate los intentos de justificar dichos resultados criticando que se hayan hecho públicos: una cosa es criticar las aviesas intenciones (sobre las que hablaré en la próxima entrada del blog) de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid (porque estos datos deberían haberse estudiado cuidadosamente en privado para tratar de sacar conclusiones que permitieran diagnosticar objetivamente el problema y elaborar una estrategia plausible para subsanarlo), y otra cosa es quitarle hierro a la inquietante realidad que arrojan los resultados del examen. Y es inquietante porque esos trabajadores no acabarán en la Escuela Pública, pero algunos sí probablemente en el sistema madrileño de enseñanza (en el sector privado). El caso es que el Partido Popular viene desde hace tiempo apostando por un modelo educativo paralelo al de los centros públicos de enseñanza, el modelo de la escuela privada concertada, y en la educación privada y concertada (y en la pública en el caso de los profesores de religión, por cierto) no hay garantía de que los profesores hayan sido o fueran a ser capaces de superar pruebas como las citadas. Pero el caso es que este tipo de enseñanza supone poco más de la mitad de los Centros de Régimen General (datos oficiales del curso 2010-2011). Lo inquietante no es, por tanto, un presunto (en este caso) ataque a la Escuela Pública mediante una campaña de desprestigio, porque no ha lugar a desprestigio alguno, lo inquietante es el nivel de algunos licenciados, y tratar de justificarlo por parte de representantes sindicales o portavoces de los profesores sí que supone un desprestigio para el colectivo y resulta de un gremialismo grosero y tontorrón. Quien siquiera sugiere que la publicación de los datos de ese examen pueda constituir motivo de escarnio para la Escuela Pública es quien termina realmente desprestigiándola por el solo hecho de insinuar algún tipo de relación entre los profesores y esa prueba de conocimientos que solo desacredita a quien la ha suspendido. En otras palabras, reaccionar airadamente y no diciendo con suficiencia "claro, por eso se hacen pruebas de conocimientos, para que no acaben en la Escuela Pública quienes no son capaces de superarlas" es hacerle el juego a la nefanda Lucía Figar, que no parece capaz siquiera de entender que esas piedras que trata de arrojar sobre la Escuela Pública en realidad caen siempre sobre su tejado.

De jornadas laborales de 18 horas
          Quisiera aprovechar la ocasión para desmontar otro mito que surge de un auténtico intento de desprestigiar a los trabajadores de la Escuela Pública llevado a cabo por la antigua presidenta de la Comunidad de Madrid, y según el cual los profesores trabajaríamos 18 horas semanales (20 después de los recortes que esta mentira de Esperanza Aguirre buscaba justificar). La verdad es tan sencilla como que la jornada laboral de los profesores de educación secundaria es exactamente la misma que la del resto de empleados públicos de la Comunidad de Madrid: 37,5 horas semanales.
          Sí, es cierto, tenemos dos meses de vacaciones en verano (bueno, técnicamente no, como explicaré en el próximo párrafo), el calendario escolar es estupendo, pero no trabajamos menos de 37,5 horas semanales, siento decepcionarles. La jornada laboral de los profesores consta de 20 periodos lectivos (clase con los alumnos) y 10 complementarios (para guardias de pasillo y recreo, atención tutorial a padres y alumnos, guardias de biblioteca, reunión semanal de departamento, preparación de prácticas de laboratorio, reunión para proyectos institucionales, actividades complementarias y extraescolares...) que suman un total de 28 horas (dado que los periodos son de 55 minutos) organizadas en un horario fijo, al que se le suman (o reservan) 2 horas para claustros, reuniones extraordinarias y juntas de evaluación que no se dan de forma regular sino que se acumulan en unas pocas semanas (en esas semanas las 28 horas de obligada permanencia en el centro pueden convertirse en 40 o más horas) y 7 horas y media de dedicación a la función docente (el tiempo que se estima necesario para la preparación de clases, elaboración y corrección de trabajos y exámenes, materiales...). Esta es la realidad de la jornada laboral de los profesores.
          "¡Pero siguen siendo dos meses de vacaciones!" Pues no exactamente. Es verdad que las vacaciones escolares son generosas (no por capricho, son indispensables para el buen rendimiento académico), pero el profesorado no consta de dos meses de vacaciones en verano, sino de uno. Solo Agosto es un periodo vacacional, Julio constituye un caso especial, se considera un mes no laboral y la paga del mes de julio es un prorrateo de los salarios del resto de meses. Julio como tal no se cobra, lo cual explica que el salario mensual de los profesores de secundaria, funcionarios de clase A, sea en términos absolutos inferior al de otros funcionarios de clase A: en cierto sentido su contrato es de once meses al año, aunque reciban 14 pagas.
          ¿Merece la pena ser profesor, es un trabajo duro? Reconozco que para mí no, pero porque sencillamente me encanta la docencia, y creo que se equivoca quien mide los beneficios de mi profesión por su horario. En cualquier caso, a quien tanta envidia le dé la profesión de docente de la Escuela Pública ya sabe, a opositar, nada es un privilegio si cualquiera podría acceder a ello solo en función de sus méritos, mediante una prueba objetiva, "sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".
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