lunes, 29 de junio de 2015

El profesor enrollado

          Jamás entenderé a esos alumnos que siguen a alguno de sus profesores como si se tratara de un gurú espiritual. Entiendo que la sabiduría o la excelencia a la hora de transmitirla causen admiración en los alumnos, pero de ahí a convertir a un profesor en referencia, a seguirle (literalmente) por doquier, más allá de las clases, en sus conferencias, en sus viajes, en su activismo... 
          Hay alumnos que están deseando ser borregos pero creen que porque su profesor sea abanderado de la rebeldía la irradia a aquellos que le siguen. Pero no, quien sigue es que es eso, un borrego, porque el rebelde se declara insumiso ante el poder y no solo ante el poder vetusto y lejano, sino precisamente ante el cercano, verbigracia, el de sus educadores (sus padres, sus profesores, la generación anterior).
          El profesor enrollado le usurpa a los alumnos uno de sus más preciados derechos: el de odiar al profesor como a un enemigo, como el poder establecido. Es más, el profesor enrollado usurpa a los alumnos su esencia misma, los desposee de su ser como sujetos dominados por él, pues de boquilla pretende que no ejerce dominación alguna, que es su igual. Pero la realidad es que ejerce su monopolio del uso legítimo de la violencia: tiene potestad para imponer sanciones y es quien evalúa el trabajo de los alumnos. ¡Y cuánto odia evaluar el profesor enrollado! Lógico, ¿quién es él para evaluar a sus iguales?
          Los alumnos que acompañan al profesor enrollado me recuerdan a esos niños que veo con sus padres en el barrio Salamanca de Madrid que son una copia en miniatura de su progenitor: los mismos zapatos náuticos, los mismos pantalones azul marino, el mismo Barbour... Un alumno, como un hijo, si se quiere rebelde puede permitirse sentir un respeto reverencial por generaciones pasadas, por sus abuelos, amarlos y admirarlos, pero no por sus padres, por la generación inmediatamente anterior (al menos mientras es alumno), a estos toca odiarlos porque el presente se construye sobre las ruinas de ese pasado. Pero el profesor enrollado lo que no admite es conjugar el pretérito, cree vivir un presente eterno. ¡Qué coño! ¡Él se siente tan joven como sus alumnos! No se los folla porque es un ser éticamente superior, su principio de placer freudiano se ve sublimado con la satisfacción de su narcisismo mediante la admiración, la reverencia, la idolatría. El profesor enrollado es aspirante a profeta y los que le siguen son, ¿cómo no?, borregos.
          En lo intelectual a mi generación le tocaba odiar a los que ahora tienen 50 o 55, abjurar de sus neuras de postmoderno con mala conciencia, de su postmarxismo quiero y no puedo, de su resentimiento de generación que se creía revolucionaria y estuvo siempre al margen del cambio político (eso sí, tan convencida de haber participado épicamente en él como un adolescente que tuitea algo sobre una revolución en un lugar remoto). Seguramente soy injusto con dicha generación. Obvio, es lo que me toca ser (salvo que quiera ser conservador, porque por mucho que la doctrina que herede sea la de Foucault o Negri, si es heredada entonces es, como toda herencia, conservadora).
          A la generación del 15-M le tocaba darnos por culo a nosotros (yo nací en el 78, como Pablo Iglesias Turrión), y pareció que así era, ellos despertaron y nosotros ni pasábamos por ahí. Eso sí, enseguida, con nuestro tic de profesor enrollado dijimos: "Oid, nosotros somos vosotros." Y lo que es peor, los muy gilipollas nos creyeron. Pablo Iglesias (y tal vez yo a pequeña escala, qué horror) es el epítome del profesor enrollado y simultáneamente del alumno sumiso, se ha tragado el rollo infumable del populismo laclauliano de la generación anterior (esto yo no) y se lo ha contagiado a la generación siguiente. A mí me habría dado vergüenza ir de la manita de mi profesor a cambiar mi país, a menos que mi profesor hubiera sido aquel catedrático mayor y venerable estilo Manuela Carmena, y me sorprende sobremanera que los que abjuraban de algunos quincemayistas que como Fabio Gándara no aspiraban al liderazgo (el tiempo lo ha demostrado) pero tenían carisma, se hayan echado en brazos de los todólogos de las facultades de Filosofía, Sociología y Ciencias Políticas de la Complutense (de lo más rancio de la rancia universidad española), donde la concentración de profesores enrollados por metro cuadrado es hegemónica (en sentido coloquial y en sentido gramsciano).
          Todo buen alumno debe odiar a su profesor. Más cuanto más cercano sea este porque entonces sus mecanismos de control serán aún más sibilinos: la ideología pasa por ciencia, la conformidad por crítica (porque la crítica hecha por la generación anterior deviene ortodoxia con el paso de los años, aun cuando sea una ortodoxia en "lo alternativo"), el interés generacional por universal, lo viejo por joven, la dominación por rebeldía (y eso le hace creer al borrego que en realidad no lo es, cuando lo es). En fin, por eso me choca tanto el seguidismo sumiso que he descubierto en los estudiantes de unas carreras a las que se les supone una rebeldía de serie, en Filosofía y Ciencias Políticas, porque todo alumno ha sabido siempre que al final, el profesor enrollado, te la mete doblada.


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