viernes, 2 de agosto de 2013

Rajoy y la democracia espuria

          Si hay algo que ha demostrado el Presidente Rajoy en su comparecencia de ayer en el Senado ante los diputados del Congreso es una concepción de la democracia vergonzosamente pobre, y que todo un Presidente del Gobierno pueda tener una idea tan limitada, tan inexacta de la democracia, explica perfectamente la actual crisis política.
           La intervención de Rosa Díez señaló dos aspectos interesantes de ese sonrojante analfabetismo político de Rajoy: el primero concierne a la separación de poderes, en este caso entre el legislativo y el ejecutivo (cierto que en sistemas parlamentaristas como el nuestro cuando hay mayorías absolutas esta separación se desdibuja, pero existe) y el segundo atañe a la diferencia entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio.
           Empezando por el segundo aspecto, nadie discute a quien haya sacado plaza en su oposición a maestro que esté legitimado para enseñar en un colegio público, salvo que falte sistemáticamente a clase, enseñe lo que no corresponde a ese ciclo educativo o maltrate a sus alumnos (nótese que en el tercer supuesto la actuación del maestro sería además constitutiva de delito, pero no por ello debería dejar de asumir su responsabilidad en calidad de docente, aunque Rajoy quiera hacernos creer que la responsabilidad penal que determinan los jueces, y no la profesional, política en el caso del Presidente, es la única que existe). Que en esos casos el maestro dijera en su defensa “es que yo saqué una oposición” equivale al “yo obtuve una mayoría de los votos” de Mariano Rajoy. La concepción de la democracia de Rajoy no va más allá de la existencia de elecciones y de pluralismo político, condiciones sine qua non de la democracia, sí (mal que le pese a los partidarios de “democracias orgánicas”), pero no suficientes. Ya puestos, cualquier dictador comunista podría aducir para legitimar su poder: “oiga, que yo hice una revolución y derroqué a un dictador”, y no parece que Rajoy fuera capaz de aceptar dicho argumento, pasmosamente semejante al suyo, pues ambos consideran que solo el origen del poder, y no su ejercicio, es fuente de legitimidad. ¿Y qué me dicen de: “Hitler llegó al poder mediante unas elecciones”? ¿Qué podría aducir Rajoy en contra de ese argumento? Su torpe concepción de la democracia le obliga a reconocer la legitimidad del dominio del Partido Nacional-Socialista en la Alemania de los años treinta del pasado siglo. Pero la realidad es que las leyes de Núremberg desposeyeron a Hitler de la legitimidad de las urnas, pues suponían una limitación de los derechos civiles y políticos, una disolución del Estado de Derecho, y por tanto una destrucción de la democracia que ningunas elecciones podrían justificar. La democracia necesita de otras cosas, es un formalismo complejo y las elecciones forman parte de ese formalismo, pero no son todo el formalismo. Uno de los aspectos esenciales de dicho formalismo es la separación de poderes, y esto nos permite pasar al siguiente aspecto.
           Rajoy olvida que a él personalmente no le han elegido los españoles. Los españoles hemos elegido a los diputados, y ellos son los que le han elegido a él, por ello debe responder ante los diputados, que son los representantes de la soberanía popular, y no el gobierno. Rajoy parece ignorar que el ejecutivo y el legislativo deberían ser contrapoderes, por eso se niega a contestar, porque para él, como para el portavoz del PP, el Congreso, sus comparecencias, las sesiones de control, son un mero circo, una pantomima, un formalismo esta vez en el mal sentido de la palabra, un adorno, un trámite burocrático de cara al público. Amasar enormes cantidades de dinero por parte del partido, invertirlo en unas elecciones, salir elegido y... ancha es Castilla. Lo normal es amasar más dinero aún para el partido en general y para sus miembros en particular colocados a dedo en puestos de confianza y en empresas públicas creadas como agencias de empleo para correligionarios que esquivan el sistema normal de acceso a la función pública. Oiga, y durante cuatro años, si hay mayoría absoluta, ¿rendir cuentas a quién, de qué? La democracia es ganar un concurso de votos cada cuatro años y hasta que acabe la legislatura no me moleste usted que estamos gobernando.
           Mi sospecha es que la ignorancia de Rajoy de lo que la democracia es se debe a que jamás se ha interesado por estudiarla, sino que tan solo ha aprendido de su práctica en esta degenerada democracia que tenemos en España. Rajoy realmente cree que independencia del poder judicial significa que este pueda ser politizado por distintos partidos, realmente cree que Gobierno y Estado son sinónimos, realmente cree que libertad de prensa es que haya medios al servicio de más de un partido, realmente cree que las promesas electorales no son en absoluto vinculantes, realmente cree que en la carrera por ganar elecciones todo vale y que no existen las responsabilidades políticas, solo las penales. Lo ha mamado toda su vida y se lo cree, no sabe lo que es una democracia avanzada porque nunca ha tenido contacto con ella y no se ha preocupado por saber en qué consiste.
           En todo este asunto de Bárcenas, Rajoy me recuerda al capitán Renault de Casablanca que cierra Rick's diciendo “qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega” mientras recibe el fajo de billetes de sus ganancias. Eso sí, tengo total convencimiento de que no encontrará una punzada de honestidad hacia el final que le permita resarcirse y que nos lleve a augurar el principio de una gran amistad, porque para rectificar hay que ser capaz de reconocer que uno está equivocado y Rajoy realmente cree que la única democracia posible, la única que existe, es esa en la que él está inmerso, una democracia espuria.
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